Un cañón acaricia tu espalda,
un temblor se apodera de ti,
una voz te dice “¡no te muevas!”,
sabes bien que aquí puedes morir.
Al joven Nahel y a todos los que murieron a manos de la Policía en algún momento, en alguna justa lucha de la historia de los oprimidos. La madera nunca será Clase Obrera.
TERRORISMO POLICIAL: QUE SE DISUELVAN Y ENTREGUEN LAS ARMAS
En 2009 se llevó a cabo en Francia un estudio pionero que puso de manifiesto algo que quienes viven en los suburbios, -como el joven Nahel Merzouk-, saben perfectamente desde hace tiempo: “Según los centros de observación, las personas negras corrían un riesgo de 3,3 y 11,5 veces más elevado que las blancas de ser objeto de controles, y las árabes corrían entre 1,8 y 14,8 veces más alto de ser controladas por la policía (o los servicios de aduana).
El control por perfil racial es una realidad incuestionable. Diez años más tarde, en 2019, esta realidad no había cambiado, y el Defensor de los Derechos (una figura que viene a ser como en España el Defensor del Pueblo), destacaba que existía una “discriminación sistemática que se traduce en la sobrerrepresentación de algunas poblaciones fruto de la inmigración y de prácticas inadecuadas en la aplicación de los controles de identidad por parte de las fuerzas del orden”.
Del libro ‘Qué hace la Policía y cómo vivir sin ella’ (Paul Rocher).
Así comienza uno de los capítulos del libro de P. Rocher sobre la violencia policial en un análisis sobre las actuaciones de las fuerzas del orden en su país: Francia.
Las frases con las que empieza este capítulo del libro, parecen escogidas para vaticinar la desgracia de la familia y amigos de Nahel el pasado 27 de junio. El joven, de origen argelino y de apenas 17 años, recibió en un control policial un disparo en el pecho, que le produjo la muerte casi al instante. Según los agentes que le pararon en dicho control, el joven quiso atropellarles y por eso uno de ellos disparó su arma reglamentaria aplicando la “teoría” de las academias donde se forman, y luego basándose en la misma teoría, explicando que “temió por su vida”, que “tuvo miedo e instintivamente usó su arma contra lo que le suponía un peligro”. Sin embargo, después de varios días y de varias noches de disturbios en diferentes ciudades francesas por este asesinato, han salido a la luz algunos vídeos en los que parece que la versión de la policía, y en concreto la del agente que aseguró “temer lo peor”, no se corresponde con la oficial del Gobierno de E. Macron. Es cierto que Nahel es parado en un control, pero no intenta atropellar a nadie, sino que sabiendo que no tenía el permiso de conducir, decide eludirlo, poniendo en marcha su vehículo. Al parecer, el “delito” de Nahel era no tener permiso de conducir y “al parecer”, ser también un chico de familia humilde y residir en el barrio de “Balieue”, del extrarradio de Nanterre (Región Parisina). Estudiaba con algunas dificultades y trabajaba en lo que iba saliendo para ir tirando y poder ayudar en casa. Esta es la “fotografía social” de este joven, al que algunos medios de comunicación burgueses, a pocas horas de producirse su muerte, intentaron manchar haciéndole pasar por un delincuente. Pero las únicas “faltas” que constaba de él se habían producido por “desobedecer” principalmente, siendo falso que tuviera ninguna causa abierta con la justicia francesa en el momento de su muerte, como desde algunos sectores de extrema derecha insinuaron a través de estos medios a su servicio.
Tras conocerse el episodio de su asesinato, a manos de un policía y en las circunstancias descritas, se han vivido días y noches de mucha tensión en varias ciudades francesas. La ira, la rabia, el dolor, se han apoderado de quienes conocieron a Nahel, pero también de quienes no sabían de su existencia. Y no es para menos: la muerte de un joven “desobediente” y descendiente de inmigrantes, es un patrón que por desgracia se repite constantemente (y no solo en nuestro país vecino).
Valentín Gendrot, periodista freelance, se infiltró hace unos años en la policía para conocer de primera mano lo que ocurría tras los muros de las comisarías. Su testimonio, plasmado en un libro, conmocionó a Francia, y es que, según el protagonista, con un cursillo de apenas 3 meses, una formación abierta a cualquier menor de 30 años, pudo convertirse en “policía auxiliar”, vestir uniforme y llevar arma reglamentaria. Su infiltración valió la pena porque conocimos como era el día a día en una de las comisarías en la que estuvo destinado algunas semanas, siendo testigo de cada detalle: errores policiales que en algunos casos arruinaban la vida a cualquier persona, la violencia con las personas presas y en su custodia, el encubrimiento entre agentes (muy común entre “compañeros” como hemos visto en España en alguna manifestación), y sobre todo del racismo.
Por eso, las revueltas-respuestas que el pueblo francés está dando estos días a la brutalidad y a la violencia policial es algo que se esperaba, que se intuía. Y al igual que pasó con el asesinato en EE.UU. del afroamericano George Floyd, -cuyo “delito” para ser asfixiado por un policía blanco fue intentar pagar en una tienda con un billete de 20 dólares falso-, la acción organizada de la población mantuvo en vilo durante días a la ciudad. Al igual que en Francia, ardieron ayuntamientos y decenas de comisarías de policía fueron atacadas. Miles de personas fueron detenidas y encerradas. Las calles se llenaron de barricadas y al final los medios de comunicación decidieron entrar (un poquito al menos) al fondo del asunto.
Desde nuestra perspectiva libertaria e internacionalista nadie tiene que venir a convencernos de lo que sabemos hace más de un siglo. Todos los Estados disponen de guardianes del control social, dispuestos a llegar hasta donde sea necesario para cumplir sus objetivos. Y están dispuestos a ello porque saben que jamás el aparato estatal, del que son la parte armada/militar, se volverá contra ellos. Así pasó con otros policías asesinos de jóvenes, como el de Alexis Grigoropoulus –de solo 15 años-, en diciembre de 2008 en Grecia, o el de Carlo Giuliani en la contracumbre de Génova en julio de 2001, por poner un par de ejemplos más o menos actuales. A sus asesinos solo se les abrió un proceso de cara a la opinión pública, pero con el tiempo, y el rebaje de la tensión social, estos guardianes con placa siguieron adelante, respaldados, cuidados y excusados por el Estado. Y la burocracia estatal, la clase política que ocupa los parlamentos burgueses, respiran tras días de incertidumbre sabiendo que sus importantes y crecientes inversiones en material policial antidisturbios para sus agentes del “orden” merece la pena.
Como anarcosindicalistas, como anarquistas también en muchos casos, sabemos que el fin último de nuestra lucha es la creación de una sociedad sin clases, donde no existan oprimidos ni opresores, y que los seres humanos aprendan a convivir, solucionando sus diferencias a través del diálogo, el consenso y sin intermediarios de ningún tipo. En la base de esta batalla sin duda alguna está la educación de las generaciones que acaban de llegar y de las que están aún por venir. Pero también deberíamos empezar a ser conscientes, ya en serio, de que tenemos una barrera muy costosa de derribar antes de llegar a la abolición del Estado. Y esa barrera se llama, en cualquier país o nación, POLICÍA. Enfrentarnos a ella es una obligación, primero como clase trabajadora, y segundo como militantes de la Confederación General del Trabajo (CGT). Y aquí no van a servir las medias tintas: o se está con el pueblo, o con la madera (que no es clase obrera).
Deseamos al entorno de Nahel fuerza en el dolor y resistencia en la lucha, y lo hacemos extensible a todo el pueblo de Francia. La lucha es el único camino: que la rabia ante las injusticias nos haga levantarnos.
*José Manuel M. Póliz, secretario de Acción Sindical del SFF-CGT y secretario general de CGT 2013-2022.