Salvador Seguí, símbolo de la lucha obrera, fue asesinado en 1923 en Barcelona por pistoleros. Pero ese día no estaba solo. Lo acompañaba Francesc Comas, ‘Paronas’, al que también dispararon en plena calle.
El 10 de marzo de 1923, sobre las siete y cuarto de la tarde, dos hombres, uno de 35 años y el otro de 27, fuman tranquilamente en una esquina del Raval de Barcelona. De repente, unos desconocidos cruzan la calle, los rodean en semicírculo contra la pared, sacan las pistolas y abren fuego.
El mayor de los dos recibe el tiro en la cabeza y muere en el acto. Se trata de Salvador Seguí, también conocido como el Noi del Sucre, pintor de profesión, anarcosindicalista, orador impresionante y símbolo de la lucha obrera del que se escribirán páginas y más páginas desde ese momento hasta hoy.
El otro es Francesc Comas i Pagès, Paronas, trabajador del vidrio, cuya historia será inmediatamente enmudecida por haber caído junto al mito. En su caso, las balas le perforan el hígado y una pierna, y todavía tiene fuerzas para arrastrarse hasta una carnicería cercana. Más tarde le trasladarán al hospital, donde tratarán de salvarle sin éxito. Fallecerá tres días después.
En marzo se cumplió el centenario de aquel doble asesinato cometido por los pistoleros de la patronal. A Seguí se le volvieron a dedicar varios homenajes acordes a su trascendencia histórica. Los familiares de Paronas y varias entidades sociales, por su parte, colgaron una placa con su nombre a un margen de la calle Constitució, en Barcelona, cerca de la casa donde había nacido, y realizaron una ofrenda floral en el cementerio.
Era una asignatura pendiente», cuenta a este periódico su nieta, Àngels Ollé Comas. «Mi madre, en cada aniversario de la tragedia, lo reivindicaba, y se enfadaba porque solo se hablaba de un fallecido«.
Justo por esas fechas también se publicó la novela Els vincles audaços, con la que el sociólogo Ivan Miró, reconstruyendo la vida de Francesc Comas, se propuso zanjar la deuda que la memoria tiene con el personaje, que fue mucho más que un simple militante. «Me interesé por Paronas porque siempre había sido un pie de página de la Historia», explica el autor.
«Recuperando su vida también ponía nombre a los miles de anónimos que contribuyeron a levantar ese proceso importantísimo que fue el anarcosindicalismo en Catalunya, en un momento en el que la CNT llegó a tener 450.000 afiliados», añade. Conocer a Paronas es revivir el sueño revolucionario de una Barcelona que una vez fue y de la que hoy ya no quedan ni los huesos.
Sindicalismo para acabar con turnos extenuantes
Hijo del barrio de Sants, Paronas entra a trabajar muy joven en la cristalería Planell. La industria vidriera, a principios del siglo pasado, es un oficio duro y arriesgado. Los operarios pasan turnos enteros, en ocasiones de veinticuatro horas, delante de los hornos, que los niños se encargan de limpiar diariamente.
La temperatura es altísima, el fuego arremete con crudeza y destroza los pulmones. Él pertenece a la nueva generación de jóvenes vidrieros, que ya no se resignan a las condiciones establecidas por los amos.
En esa época, conoce a Joan Peiró, su primer maestro, que lo anima a sumarse a la Unió Vidriera y a organizarse con sus compañeros para proteger sus derechos. El sector del vidrio, pese a ser pequeño en Catalunya respecto al textil o al metalúrgico, es de los más combativos.
Sus reclamas son claras. Dentro del gremio, prohibir la admisión en las fábricas de menores de 14 años o reducir las jornadas laborales de doce horas. A nivel social, la creación de escuelas racionalistas, la unión entre sindicatos, la vinculación del movimiento proletario con los partidos políticos o la reivindicación del papel de la mujer.
Para Barcelona, son años efervescentes, intensos, adrenalínicos. También oscuros. La resaca de la Primera Guerra Mundial es inabarcable. Hay crisis de subsistencias, hay miseria, hay putrefacción. En 1918 estalla la pandemia de la gripe y faltan medicamentos para combatirla. Los ataúdes son de mala calidad y llegan tarde a las casas.
Los trabajadores llevan más de seis décadas movilizándose, cada vez tienen más músculo, pero su fuerza antagónica -la burguesía industrial e inmobiliaria- no está por la labor de cederles el paso: se produce un choque de clases muy violento. Huelgas constantes, despliegues policiales, tiroteos en las calles.
Golpes de Estado y ejecuciones
En toda Europa se palpa la inestabilidad. El capitalismo amaga con naufragar, soplan vientos de cambio. Falta por ver quién aprovechará la situación para hacerse con el control del tablero.
«Es el fin del régimen de la Restauración en España, y la burguesía barcelonesa opta por pasar a la guerra armada aliándose con los estamentos militares monárquicos, porque ve que, en efecto, el movimiento obrero está ganando una hegemonía», expone Miró.
«El golpe de Estado de Primo de Rivera será en 1923, pero antes dará otro, que es cuando se produce ese estallido de violencia política, con unas cifras de ejecuciones extrajudiciales increíbles. En Catalunya, tenían la voluntad de exterminar físicamente a la CNT».
A todo esto, Paronas sigue comprometido con la causa y avanzando en el sindicalismo, que ya es su medio de acción principal. Aunque no el único. También frecuenta el Ateneo Racionalista de Sants, inicia sus lecturas, acude a las tertulias, escribe algunos artículos y poemas. Según Miró, esos centros autogestionados fueron básicos para la formación de la clase trabajadora.
«Esa parte me parece extraordinaria. Cómo obreros manuales que son analfabetos se emancipan culturalmente y acaban leyendo a los grandes teóricos. Su batalla pasa a ser no solo profesional y económica, sino también cultural, ética y filosófica. En el ateneo, Paronas encontró su camino para esa emancipación intelectual».
De hecho, llega a fundar una editorial modesta, la Bilbioteca El Cràter Social, en la que publica una suerte de alegato feminista, titulado ¡A vosotras, mujeres!. «Mi abuelo era pacifista y, pese a que vivió en una época muy distinta, defendía la igualdad entre hombres y mujeres«, recuerda Ollé.
La huelga de la Canadenca
El 5 de febrero de 1919 se inicia la famosa huelga de la Canadenca para protestar contra los despidos de la empresa. Más de 20.000 trabajadores del textil salen a la calle. Los de otros sectores se suman a las marchas. El 12 de marzo se declara el estado de guerra en Barcelona y los militares toman la ciudad.
A Paronas lo encierran. Pasa varios días incomunicado. Su mujer, Dolors, no sabe dónde lo tienen retenido. El terremoto de manifestaciones y detenciones se salda con varios acuerdos, como la jornada de ocho horas, la mejora de salarios o la promesa de liberar a los sindicalistas presos.
Salvador Seguí juega un papel esencial en las negociaciones. Aunque las élites se apuntan las matrículas. Entre mayo y agosto de ese mismo año, más de 40.000 obreros acaban presos. El teniente general Severiano Martínez Anido es nombrado gobernador civil de Barcelona y sube otro escalón.
La Banda Negra campa a sus anchas. Se llama así a las tramas parapoliciales que el poder pone en marcha para contrarrestar la emergencia de los sindicatos, cada vez más masivos.
Orquestados por los mandos militares y patronales, grupos organizados de agentes y mercenarios gozan de impunidad ante la ley para llevar a cabo la tarea contrarrevolucionaria, si hace falta con pólvora y sangre. También se crean los Sindicatos Libres, afines a la propiedad, para forzar la división en las fábricas. La tensión alcanza límites insostenibles.
El segundo encierro: 500 días
A finales de 1920, junto a otros actores sindicales de peso, Paronas vuelven a ser arrestado. En esta ocasión se lo llevan a Balears, a Mahón, para meterlo en la vetusta y enmohecida fortaleza de la Mola. La prensa escribe que allí se dirige «la flor y nata» del sindicalismo revolucionario barcelonés. Ha sido un golpe duro.
En el barco que traslada a los reclusos también viajan Lluís Companys, que presidirá la Generalitat unos cuantos años después, o el propio Noi del Sucre. El vidriero tiene una relación de amistad con ambos. Aunque el vínculo con Seguí todavía irá más lejos en la isla. Es en ese penal donde el asambleario pronuncia a sus colegas la célebre conferencia Anarquismo y Sindicalismo.
Algunas de sus palabras todavía resuenan en alguna parte: «No creáis en los hombres cuando creer en los hombres signifique la hipoteca de vuestra voluntad, pero creed en cada uno de vosotros. Y no desesperemos, que el calvario a recorrer tiene que ser largo».
Pasarán más de 500 días hasta que Paronas, sin cargos ni juicio, sea liberado. Para entonces, su posición dentro del movimiento ya es muy destacada. Forma parte del comité central de la CNT y llega a presidir mítines con más de 80.000 asistentes. Su actividad laboral, en cambio, cae en picado, lo que deja a su familia en una situación muy delicada. Con Dolors esperan un segundo hijo.
«Son los famosos Pactos del Hambre. Como su imagen era pública y los dueños de las empresas los tenían controlados, dejaban de darles trabajo. Tenían que buscarse la vida como podían a la vez que seguían adelante con la militancia. Paronas básicamente hacía encargos para cooperativas vidrieras», detalla Miró.
El asesinato
En 1923, casi a modo de favor, Companys les pide a él y a Seguí que le pinten el piso. No lo saben, pero será su última faena. Así llegamos, otra vez, a aquel 10 de marzo. Companys, Seguí y Paronas se juntan en el bar El Tostadero de la Plaça Universitat.
Se ponen al día, comparten su preocupación. El Noi, la noche anterior, ha sufrido un intento de asesinato frente a su domicilio. Hablan sobre los rumores de las intenciones golpistas de Primo de Rivera. Los dos sindicalistas pagan los cafés y se despiden.
Bajan al Raval para recoger las pinturas en una droguería. Ese día, excepcionalmente, no llevan escolta. Paran a comprar tabaco y al salir se detienen a fumarse un cigarrillo. A los pocos minutos, suenan los disparos. Los ejecutores pertenecen a la banda de Pere Màrtir Homs, abogado al servicio de la patronal. Alguno será juzgado durante la República, sin mayores represalias. Al resto se les perderá la pista.
Temiendo una ola de protestas, el gobernador manda enterrar clandestinamente a Seguí en Montjuïc. Solo autorizan a Companys para que esté presente. Aunque con Paronas ya no se atreven a impedir que el funeral sea público. «Algunos compañeros montan una guardia en el hospital para que no se lleven el cuerpo sin avisar», relata Ollé.
Las calles vuelven a desbordarse de trabajadoras y trabajadores. Doscientas mil personas acuden al entierro. Están ahí para denunciar una injusticia. Están ahí para prometer que no olvidarán ni perdonarán. Están ahí para llorar al Noi del Sucre.
Están ahí para despedir, también, a Francesc Comas i Pagès, el trabajador del vidrio, cuya historia es la historia de muchos. La de aquellos que no merecen el silencio. Mientras lo introducen bajo tierra, Dolors da a luz a Rosa.
«Gracias a que el enterramiento fue tan masivo, todavía se habló un poco más de él, porque sino su nombre hubiera quedado sepultado totalmente», dice la nieta, la hija de aquella niña que tuvo que crecer sin padre.