Hoy en día, la lucha contra la ampliación del Port de València es, quizá, la más importante de las que están dando en el País Valencià en este momento.
Todas las luchas son importantes, pero, esta engloba, además de las amenazas medioambientales, las sociales y las económicas, por lo que es crucial detener la ampliación, y por eso CGT no tiene ningún rubor en mostrar su absoluto rechazo.
La base de la lucha es social y todas las movilizaciones que se han realizado hasta ahora demuestran que la sociedad bien informada y concienciada está contra esta agresión, pero, la vertiente jurídica, también es importante y, por tanto, debe darse de manera paralela.
La ampliación del Port de Valencia tiene una consecuencia directa y demostrada en las playas del Sur, las del Saler, El Perelló, y el Perellonet, más de 12km afectados, y que han visto reducidas en más de 70m de media la propia arena. El aporte de arena natural va de norte a sur, y la construcción del espigón ya ha desviado este flujo, depositando este aporte en un banco de arena frente a las costas valencianas.
Es paradójico que quien es el causante de esta degradación se arrogue como salvador del problema, y el propio Port de València, se ofrece a trasladar esta arena a las playas, cada dos años, y por el módico precio de 6 millones de euros por kilometro. Hay que recordar que ya se presupuestó una partida de casi 1000M€ de los PGE para regenerar las playas de València hace solo un año.
La falta de este aporte natural, en un plazo medio, podría significar la conexión del lago de l’Albufera con el mar Mediterráneo, salvando la restinga de la dehesa del Saler, salinizando el lago, y con unas consecuencias catastróficas para el propio Lago, y evidentemente para los arrozales y la economía de estas comarcas.
Además, esta ampliación tiene unas consecuencias directas en cuanto a las emisiones de CO2, tanto de los buques que entran en el puerto, como de la ampliación de 5 millones de contenedores anuales, a 12,5 millones, con el incremento de camiones diarios que entran o salen del recinto portuario, y que podrían pasar de 3000 diarios a más de 7500. Este aumento del tráfico, además significa una presión añadida en el territorio debido a la construcción de nuevas infraestructuras de transportes, sobre todo autovías y carreteras, pero, también puentes y túneles submarinos planteados para poder absorber el gran crecimiento del tráfico.
El impacto social es también cuantificable, ya que, estamos observando el aumento de la turistificación y gentrificación, no solo de Nazaret, sino, de los barrios próximos al Port, con el traslado de la Terminal de Cruceros.
Además, solo el 4% de las mercancías que entran o salen del Port de Valencia, tienen el sello local, estando vacíos dos tercios de los contenedores que mueve el puerto, que sirve básicamente de almacén de contenedores de las empresas que operan en el Port.
Las consecuencias en el empleo y en la calidad del mismo, también es muy negativa, ya que una vez salvado el aumento del empleo en la construcción de la ampliación, la reducción de los puestos de trabajo será de más del 33%, debido a la automatización, teniendo un saldo desfavorable hacia el empleo.
Pero, no solo en el ámbito social y medioambiental esta ampliación es negativa, ya que la gran aportación económica, solo beneficia a las empresas que operan allí, y sobre todo a las empresas constructoras, sino, que ello, lastrará otras partidas imprescindibles para una sociedad encaminada a la trasformación de los modelos de transporte convencionales y abocada a un modelo decreciente que anteponga el bien común a los beneficios de empresas privadas.
La ampliación nacería muerta, ya que la emergencia climática y la crisis energética hacen inviable el crecimiento que augura el Port y sus palmeros.
El futuro será sostenible, o evidentemente, no será, y ello pasa por optimizar los recursos.