Hoy hace 79 años que Joan Peiró fue fusilado con otros siete miembros de la CNT, sindicato que dirigió antes de ser ministro de la II República. Cristalero de profesión, defendería el cooperativismo como una herramienta para la emancipación de la clase obrera.
La trayectoria de Joan Peiró Belis (Hostafrancs 1887-Paterna 1942) encaja a la perfección en la imagen idealizada de un obrero en abstracto. Trabajador en los hornos de vidrio desde los siete años y analfabeto hasta los 22, Peiró llegaría a ser uno de los anarcosindicalistas más destacados del movimiento obrero catalán y español del primer tercio del siglo XX. Su carácter le situaría en el centro de algunas de las polémicas doctrinales más conocidas de la historia de la CNT, como las que le enfrentarían a García Oliver o Pestaña.
Su vida podría dar para una película: sufriría varias tentativas de asesinato a lo largo de los años del pistolerismo; pisaría la cárcel en múltiples ocasiones; y alcanzaría la secretaría nacional de la CNT en dos ocasiones (1922 y 1928), ostentando una posición de relevancia ganada a pulso entre la clase obrera catalana. Su carácter –tolerante, pero franco y apasionado al mismo tiempo– le situaría en el centro de algunas de las polémicas doctrinales más conocidas de la historia de la CNT, como las que le enfrentarían a García Oliver o Pestaña. Sin embargo, no estamos ante una película ni ningún obrero idealizado, sino ante una persona coherente, que decidió actuar siempre con fidelidad a sus principios con todas las consecuencias. Su trayectoria sindical, ideológica y, en definitiva, vital, así lo atestigua.
Joan Peiró teórico y organizador sindical
La historiografía ha tendido a valorar la labor sindical de Joan Peiró cuando entró en la CNT, durante la I Guerra Mundial. Sin embargo, la vertiente sindicalista de Peiró no puede separarse de la experiencia previa adquirida en las sociedades obreras de corte laboral y local. Desde 1903, Peiró perteneció a las sociedades de obreros vidrieros y desde 1915 sería secretario general de la Federación Local de Sociedades Obreras de Badalona, localidad en la que residía desde hacía una década. Asimismo, entre 1916 y 1920, dirigiría exitosamente también la Federación Española de Cristaleros y Cristaleros que, con él a la cabeza, conseguiría la jornada de ocho horas para los vidrieros en 1917, dos años antes de que la medida se generalizara.
Así pues, cuando Peiró dio el salto a la CNT y se destacó como defensor de su reestructuración de acuerdo con los Sindicatos Únicos ya las Federaciones Nacionales de Industria, estaba aportando su bagaje y experiencia previa en el mundo sindical, que bebía de toda una serie de ideas, muy claras, de lo que debía ser el organismo.
Heredero de las tesis del sindicalismo revolucionario francés, su objetivo era convertir la CNT en el instrumento de referencia de toda la clase obrera, por lo que, se opuso con fervor al dictamen aprobado en el Congreso Nacional de la CNT de 1919, que señalaba que la central sindical debía tener como finalidad ideológica el comunismo libertario.
Por encima de otras etiquetas, Peiró se definía como un obrero manual, orgulloso de su oficio de vidriero y como un cenetista. Así pues, para que la CNT fuera un instrumento útil debía mostrarse capaz de integrar a los trabajadores de cualquier tendencia ideológica. Al comunismo libertario no se llegaría a golpe de resoluciones congresuales, sino que sería la actuación cotidiana, íntegra y ejemplar de los militantes anarcosindicalistas la que convencería a los indecisos de la superioridad moral del anarquismo. Por eso, para entenderlo en toda su dimensión, no se puede separar su pensamiento teórico de su práctica cotidiana.
La revolución social en el pensamiento de Joan Peiró
Peiró no se planteaba ningún regreso a una Arcadia feliz. No existía ninguna idealización de la comunidad rural en la sociedad futura que perseguía; por el contrario, era plenamente consciente de las posibilidades que ofrecía la evolución de la técnica y auguraba una revolución social plenamente insertada en los cánones de la moderna sociedad industrial.
Tampoco encontraremos trazas de idealismo en su descripción de los retos a superar ni de las capacidades a desarrollar por la clase obrera para alcanzar su objetivo revolucionario. En este sentido, el objetivo y el protagonismo estaba claro: era tarea de los trabajadores darle la vuelta a su situación y crear una sociedad más justa e igualitaria, donde ellos mismos tendrían la responsabilidad de llevar a cabo la adecuada dirección económica, política y social. Para ello la clase obrera debía prepararse duro, tanto en el ámbito cultural y pedagógico –dejando atrás el analfabetismo y la ignorancia tal y como él mismo había hecho– como a nivel puramente técnico, aprendiendo todo lo relacionado con los asuntos económicos para demostrar la viabilidad de una sociedad organizada por ellos mismos, sin jefes. Para asegurar el éxito de una empresa de tal envergadura debía actuar con cabeza y sin dogmatismos ideológicos. Peiró consideraba que el obrero debía utilizar todos los medios a su alcance para hacer realidad su revolución social, y debía hacerlo desde las mismas entrañas del sistema capitalista, sin esperar ningún hipotético estallido revolucionario futuro.
El valor revolucionario del cooperativismo y la cultura
Peiró llegaría a Mataró en 1922, huyendo del “pacto del hambre” al que muchos industriales sometían a los obreros sindicalistas. Allí se encontraría con una colectividad de individuos dispuestos a transformar la fábrica de vidrio en la que trabajaban en una cooperativa, lo que conseguirían en 1925. Peiró sería el director de esta cooperativa, llamada Cristalerías de Mataró y dedicada exclusivamente a la producción de bombillas, hasta la derrota de 1939. Pocos serían los militantes anarcosindicalistas de su proyección pública que defenderían tan vehementemente el valor revolucionario del cooperativismo. Mediante la práctica cotidiana Peiró encontraría en el cooperativismo un medio útil para auxiliar al sindicato en su camino hacia la revolución social. La cooperativa adquiría en sus manos el carácter de valiosa escuela en el más amplio sentido de la palabra: como vía de ensayo por los trabajadores en la solución de los retos económicos que comportaría la sociedad futura; como vía de aprendizaje de la práctica democrática; y como herramienta para fomentar la cultura y la propaganda de las ideas entre los trabajadores y la vecindad.
Demostrar la capacidad de los trabajadores para poner en marcha la economía era indispensable para mostrar la viabilidad del proyecto revolucionario de Peiró, por lo que hay que remarcar que de las más de cien cooperativas de producción y trabajo que se pusieron en marcha en el período republicano, Cristalerías se convertiría en la más exitosa de todas las miles de miles de miles y mil millones de euros. pesetas, al tiempo que sus sueldos eran un 33% superiores a los pagados en cualquier otra fábrica de vidrio.
Para evitar el espíritu egoísta que podía comportar el cooperativismo, no se repartían los beneficios anuales entre los socios cooperadores, sino que eran reinvertidos íntegramente en obras de modernización de la fábrica y en proyectos culturales y pedagógicos. Así pudieron levantar una escuela racionalista que sería de asistencia obligatoria para los aprendices de la cooperativa y que se acabaría ensanchando hasta incluir a más de doscientos alumnos de toda la ciudad, convirtiéndose en el faro más visible de las ideas y la práctica de Peiró en Mataró.
Peiró se centraría siempre en el carácter creativo de la revolución y en la necesidad de prepararse, más que en la visión violenta y destructiva de ésta. Por eso su militancia quedó marcada por la firma, en agosto de 1931, del manifiesto trentista, que se oponía a la actitud –en su opinión– irresponsable de los sectores anarquistas que hablaban en nombre de la FAI y defendían la gimnasia revolucionaria basada en el espontaneísmo y el golpe insuficiente. Peiró, que se había hecho cargo de la dirección del diario Solidaridad Obrera en mayo de 1930, sería desplazado de la dirección por Felipe Aláiz (faista) y acabaría siendo uno de los referentes teóricos de los Sindicatos de Oposición en la CNT que cristalizarían en 1934 impulsados por el sector trentista. Sin embargo, la crítica situación política con constantes rumores de levantamiento militar posibilitaron el acercamiento de posturas y cuando, finalmente, se produjo el golpe de Estado que llevaría a la Guerra Civil, la CNT se encontraba ya nuevamente unida y con plenas fuerzas para hacer frente a los insurrectos.
Exilio y ejecución
Durante la Guerra Civil Peiró entraría en el gobierno de Largo Caballero (noviembre 1936 – mayo 1937) como ministro de Industria, junto con otros tres ministros anarcosindicalistas: Juan López (CNT), Frederica Montseny (FAI) y Juan García Oliver (FAI). Tras esta corta experiencia, llena de obstáculos, Peiró rehusó la paga que le correspondía como exministro y, sin hacer ruido, regresó a su trabajo en la cooperativa. Aún volvería una vez más a ocupar un cargo político a finales de 1938, como Comisario de Energía Eléctrica del gobierno de Negrín. Sin embargo, la guerra ya estaba decidida y en los inicios de 1939 Peiró y su familia marcharon hacia el exilio.
En Agosto de 1939 Peiró dejaba a su familia en Narbonna para marcharse a París, donde representaría a la CNT dentro de la Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles (JARE). Había estallado la II Guerra Mundial y cuando en 1940 intentaba desplazarse a Narbona para reencontrarse con su familia, fue detenido por los nazis y encarcelado en Alemania. Reclamado por las autoridades franquistas sería trasladado a España el 20 de febrero de 1941. Su periplo judicial se dilató más de año y medio. El motivo de este proceso fue la intención de las autoridades franquistas de convencerle de las bondades del sindicalismo vertical. Necesitadas como estaban de hombres con carisma y capacidad organizativa, creyeron ver en él a un candidato idóneo para dirigir a los sindicatos verticales. Sin embargo, Peiró recusó cualquier proposición a pesar de ser consciente del camino que le deparaba esa negativa.
Durante el Consejo de Guerra al que fue sometido, Peiró contó con más de treinta testigos de descargo, algo inédito en aquellos momentos sobre todo por la calidad de éstos. Entre ellos estaban clérigos, militares, hombres de derechas e incluso un Consejero Nacional de Falange, Luys G. Santamarina. Todos declararon que Peiró había intercedido a su favor durante la contienda, salvándoles de una muerte segura. Enrique Aguado Cabeza, juez militar de Barcelona, se mostraba tan agradecido que durante el interrogatorio tildaría a Peiró de «mi segundo padre».
Ciertamente, Peiró había evidenciado públicamente en múltiples artículos su oposición a los asesinatos perpetrados por los «incontrolados» en la retaguardia republicana durante los primeros meses de guerra. Ante el alud de testigos favorables a Peiró, la animadversión mal contenida del juez militar, el general Loygorri, se dejó oír en los pasillos del juzgado cuando confesó: “Efectivamente, a este hombre yo le elevo una estatua en la plaza del caudillo, por todo lo bien que ha hecho por nuestra gente, y luego Todos los intentos de salvarle fueron infructuosos. Su sentencia a muerte ya estaba decidida de antemano. Cristalerías de Mataró sobrevivió a su asesinato y, paradójicamente, no fue la dictadura franquista la que la hizo sucumbir, sino la dictadura de los mercados y la crisis económica que nos ahoga desde el 2008. En cambio, la escuela de la cooperativa nunca volvería a abrir sus puertas.
La ejecución de Joan Peiró se cumplió un fatídico 24 de julio de 1942, hace 75 años, en el campo de tiro de Paterna (Valencia). A partir de hoy una placa conmemorativa recuerda a los peatones y viajeros que atraviesen la plaza Joan Peiró (a la salida de la Estación de Sants) quien fue ese vidriero, sindicalista y cooperativista que perdió la vida en Paterna. Pero Peiró no murió solo ese día. Con él fueron fusilados Decoroso Edo, Bartolomé Flores, Luis Garrote, Agustí Peiró, Mariano Sanchís, Juan Gómez Subiela y Josep Maria Tomàs. Todos ellos merecen también nuestro más sentido homenaje en el día de hoy.
Miguel Garau Rolandi Fuente LaDirecta.cat